martes, 15 de diciembre de 2020

LA POLÍTICA Y LA REPRESENTACIÓN (I de IV)

Publicado originalmente el 23 de junio de 2020.

Por BRUNO ACOSTA

Con motivo de la silenciada pretensión de Miguel Sanguinetti Gallinal, Presidente de la Federación Rural, en junio de 2018, de impulsar la creación del Consejo de Economía Nacional. Pretensión que saludamos.

La regeneración religiosa, cultural y moral de nuestra Patria requiere, entre otras cosas, la formación de una élite de hombres formados ortodoxamente en la Política. Esto es, en el arte del gobierno de la Polis, de la comunidad.

La anarquía que la Patria padece, por ser tal, revela de consuno el desgobierno al que nuestros gobernantes irremediablemente nos dirigen. Es ostensible, pues, su mala formación en la Política, teórica y prácticamente.

Si la Política es el arte de gobernar una comunidad, debe valerse de los medios adecuados para hacerlo. Entre tantas otras lastimosas equivocaciones, nuestros gobernantes yerran en los medios elegidos para propender al buen gobierno de la Polis.

Uno de esos medios, y he aquí el objeto central de este ensayo, es la representación. Esto es, quiénes serán los individuos encargados de hacer valer directamente la voluntad de la comunidad. La humana “manija” de la Política.

Es evidente que si quienes son elegidos para gobernar la comunidad no la representan verdaderamente,  nunca esa comunidad podrá gozar de una Política sana, de un arte de gobierno bueno y eficaz.  A lo sumo, esos sujetos solamente procurarán satisfacer sus intereses particulares, muchas veces inconfesables.

Es esencial, pues, para la Política, que la comunidad esté debidamente representada.

Nunca se insistirá lo suficiente en esta importantísima premisa. La teoría política moderna ha procurado borrarla implacablemente o, peor aún, ha adulterado el concepto de representación. Puesto que, para la teoría política moderna, la única representación válida es la representación basada en los partidos políticos. Mas los hechos y la doctrina prueban que ello es falso.

La comunidad, al contrario, se ve representada mucho más natural y eficientemente a través de otros cuerpos políticos. Uno de las cuales es el propuesto, al menos a medias, por el artículo 206 de la Constitución Nacional:

Artículo 206°. La ley podrá crear un Consejo de Economía Nacional, con carácter consultivo y honorario, compuesto de representantes de los intereses económicos y profesionales del país. La ley indicará la forma de constitución y funciones del mismo.

Una buena representación es la compuesta, verbigracia, por los representantes de los intereses económicos y profesionales del país, como propone el artículo 206 de la Constitución, a través del Consejo de Economía Nacional.

El artículo 206 satisface a medias, como se dijo, dado que asigna al Consejo un carácter meramente consultivo, y no decisorio como debería tener. Tal tibieza ha sido padecida por los orientales, ya que, desde su inclusión en la Constitución de 1934, el artículo 206 nunca fue invocado, y el Consejo nunca fue constituido. Los orientales hemos tenido que padecer, pues, inexorablemente, el desgobierno de los “representantes del pueblo”,  los politiqueros partidistas: pueblo del que sólo se acuerdan en vísperas de las elecciones.

La integración, por ejemplo, de la Cámara de Representantes por individuos portavoces de los intereses económicos y profesionales del país aseguraría a esos sectores la directa satisfacción de sus intereses: tendrían potestad para legislar y reglamentar. ¡Cuántas de sus legítimas pretensiones podrían asegurarse con eficacia, sin diluirse en la almibarada logomaquia parlamentaria! Por poco que se piense, se concluye que los partidos políticos, a fuer de representar todos los intereses del país, terminan por representar ninguno. Y que no hay medio mejor para satisfacer legítimos requerimientos que a través de un cuerpo político que directamente los represente.

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