El impostor tomó la
palabra. Con su voz de zonzo –no se nos ocurre otra forma de describirla-,
cansina, lerda, se refirió, alegre, a sus muy distinguidos convidados: entre otros, a la futura Vicepresidente de la
república, mujer amancebada, virulenta feminista y defensora –entre otras
aberraciones- del putimonio. ¡Qué
católica ejemplar!
No se nos escapó el hecho de que, en el instante mismo que el impostor nombrara a la Argimón –cual divina señal- un bebé largara un estruendoso y doliente llanto, siendo retirado prestamente de la Iglesia.