Está quedando expedito al camino para la vacunación obligatoria en el Uruguay, con la excusa de las medidas sanitarias, de la “salud”. En ese sentido, en Diputados, fue aprobado el primero de setiembre un proyecto de ley por el cual se modifica el artículo 224 del Código Penal, que quedaría redactado de la siguiente manera:
“El que mediante violación de disposiciones sanitarias dictadas y publicadas por la autoridad competente para evitar la introducción al país o la propagación en su territorio de una enfermedad epidémica o contagiosa de cualquier naturaleza, pusiere en peligro efectivo la salud humana o animal, será castigado con tres a veinticuatro meses de prisión […]”.
Está claro que quien se niegue a darse una vacuna contra el coronavirus incurriría en este delito penal. En efecto: esa persona estaría “violentando una disposición sanitaria dictada por la autoridad competente” (llegado el caso, la obligación de darse la vacuna) que “evite la propagación en su territorio de una enfermedad epidémica”.
Toda la fuerza coactiva del Estado, pues, estará al servicio de la imposición de sus “medidas sanitarias” tendientes a “cuidarnos”. ¿Y
quién nos asegura que esa “vacuna”, procedente, ora de la Rusia del extraño pro soviético Putin, ora de la China comunista, ora de los laboratorios del satanista Bill Gates, ora de Israel, será un remedio contra el coronavirus y no otra cosa?
Esto nos recuerda varias cosas. En primer lugar, las suspicacias que nos generó, muy prematuramente –a nosotros como a tantos más- esto de la “pandemia”. En ese sentido, léase nuestro artículo del 21 de marzo. Nos recuerda, también, la gráfica expresión del Canciller brasileño Ernesto Araújo, a la cual referimos también el 25 de abril: esto es el COMUNAvirus, un virus comunista. Así, Araújo escribía que “ahora lo políticamente correcto incorpora lo sanitariamente correcto, muchas veces más poderoso. Lo sanitariamente correcto te agarra y te amenaza: ‘si decís esto o aquello, colocás en riesgo a toda la sociedad; si pronunciás la palabra libertad sos un subversivo’ […].”
Toda la fuerza coactiva del Estado, entonces, repetimos, para imponer una vacuna procedente no se sabe de dónde, y no se sabe con qué contenido. Hace poco, en un programa de televisión argentino, un cándido voluntario para la prueba de la vacuna del coronavirus, Sebastián Gaudio, admitió que, luego de darse la vacuna, no podrá tener hijos por dos años (¿sólo dos años?), sin saber por qué, ya que “todo es muy confidencial, y toda la información va para Estados Unidos” (¡!) ¿Simple coincidencia con el hecho de que –como es conocido- Gates y los suyos pretenden reducir drásticamente la población mundial?
Como si faltara algo, uno de los propulsores de este proyecto de ley en nuestro país es el masón Ope Pasquet, “el mandadero de la masonería”, la “serpiente” siempre presta a allanarle al camino al Nuevo Orden Mundial.
¿Se aproxima la tiranía sanitaria global que, con la excusa de la salud, termine por abrirle las puertas al demonio? ¿O surgirán focos de resistencia?