Por BRUNO ACOSTA
El sábado a la tarde disfrutábamos de un ameno paseo familiar. Estábamos caminando por un histórico barrio montevideano de casonas antiguas, calles angostas, tupidos árboles y pájaros canores. De repente, nos topamos con una hermosa iglesia de estilo neogótico, que para mí mucho representa, pues allí se casaron mis padres. Las puertas estaban abiertas, y decidimos entrar.
Eran las seis de la tarde. Divisamos cerca de la “mesa” que hace las veces de altar unas ocho cabecitas, y asumimos que estaba por comenzar la “cena en memoria” que hace las veces de Misa desde 1969. Efectivamente, así era, según pudimos comprobar en un cartel. Seguidamente, y para no formar parte de la profanación, nos retiramos.