Por BRUNO ACOSTA
El sábado a la tarde disfrutábamos de un ameno paseo familiar. Estábamos caminando por un histórico barrio montevideano de casonas antiguas, calles angostas, tupidos árboles y pájaros canores. De repente, nos topamos con una hermosa iglesia de estilo neogótico, que para mí mucho representa, pues allí se casaron mis padres. Las puertas estaban abiertas, y decidimos entrar.
Eran las seis de la tarde. Divisamos cerca de la “mesa” que hace las veces de altar unas ocho cabecitas, y asumimos que estaba por comenzar la “cena en memoria” que hace las veces de Misa desde 1969. Efectivamente, así era, según pudimos comprobar en un cartel. Seguidamente, y para no formar parte de la profanación, nos retiramos.
Las ocho cabecitas -¡ocho!- que iban a asistir a ese “memorial” pertenecían
-dicho esto simpáticamente- a cinco viejitas y a tres viejitos que pasaban los
setenta y cinco años. Una concurrencia, pues, la de la “Iglesia en salida” bergogliana,
sturliana y gordoverdeana, muy reducida y añosa. Claramente, la “pastoral”
del Concilio y su aggiornamento no dieron mucho resultado.
Bromas al margen, la situación es angustiante. La Iglesia, que supo ser el
faro de Occidente, hoy no existe. La Iglesia, madre y maestra, generadora de
cultura y civilización, hoy no existe. “La Iglesia será eclipsada, sólo la fe
vivirá”, profetizó la Virgen en La Salette. No hay jóvenes integrando sus
filas; no hay jóvenes abrevando su moral y sus enseñanzas. ¡Y cuánto lo
precisarían! Sólo queda para ellos la barbarie; y, a diferencia de hace quince
siglos, no está la Iglesia para sacarlos de esa barbarie. Hoy, la Iglesia no es
para ellos una opción; y es algo catastrófico. De ahí el aumento enorme
de la promiscuidad, la fornicación, la contranatura, el concubinato, la informalidad,
el mal gusto, la superficialidad, entre tantos otros males, que no son sino
síntomas de decadencia y, en el fondo, de apostasía.
No existe solución humana a este drama, y sólo queda esperar la venida
del Señor, firmes en la Fe. Que así sea.
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