El cambio doctrinal respecto del judaísmo, aproximadamente a
partir del nefasto Concilio Vaticano II, es de las llagas más grandes que a la
Iglesia infligieron
sus enemigos. A este respecto, presentamos un extracto
del prólogo a la edición italiana del libro “Complot contra la Iglesia”.
Se comprobará que los conspiradores efectivamente pudieron dar ese golpe, con
las terribles consecuencias anunciadas.
“Otro de los planes siniestros que fraguan es
el de lograr que la Santa Iglesia se contradiga a sí misma, perdiendo con ello
autoridad sobre los fieles, porque luego proclamarán que una institución que se
contradice, no puede ser divina. Con este argumento piensan dejar las iglesias
desiertas y lograr que los fieles pierdan toda su fe en el clero para que lo
abandonen.”
“ […] los siniestros conspiradores traman que
la Santa Iglesia, al condenar el antisemitismo se condene a sí misma, con los
resultados desastrosos que es fácil comprender.”
Roma, 31 de agosto de 1962.
Se
está consumando la más perversa conspiración contra la Santa Iglesia. Sus
enemigos traman destruir sus más sagradas tradiciones y realizar reformas tan
audaces y malévolas como las de Calvino, Zwinglio y otros grandes heresiarcas,
con el fingido celo de modernizar a la Iglesia y ponerla a la altura de
la época, pero en realidad con el oculto propósito de abrir las puertas al
comunismo, acelerar el derrumbe del mundo libre y preparar la futura
destrucción del cristianismo.
Todo
esto, que parece increíble, se pretende realizar en el Concilio Vaticano II. Tenemos
datos de que todo se ha tramado en secreto contubernio con los altos poderes
del comunismo, de la masonería mundial y de la fuerza oculta que los controla.
Planean
iniciar un sondeo previo y comenzar por las reformas que menos resistencia
provoquen en los defensores de la Santa Iglesia, para ir llevando, poco a poco,
la transformación de ésta hasta donde la resistencia de aquellos lo permita.
Afirman,
algo todavía más increíble para quienes ignoran que esas fuerzas anticristianas
cuentan, dentro de las jerarquías de la Iglesia, con una verdadera quinta
columna de agentes incondicionales a la masonería, al comunismo y al poder
oculto que los gobierna, pues indican que esos cardenales, arzobispos y obispos
serán quienes formando una especie de ala progresista dentro del Concilio,
tratarán de llevar a cabo las perversas reformas, sorprendiendo la buena
fe y afán de progreso de muchos piadosos padres.
Aseguran
que el llamado “bloque progresista”, que se formará al iniciarse el Sínodo,
contará con el apoyo del Vaticano, al que esas fuerzas anticristianas dicen
influenciar. Esto nos parece increíble y fruto más bien
de alardes jactanciosos de los enemigos de la Iglesia que de una realidad
objetiva. Sin embargo, hacemos mención de esto para que se pueda ver hasta
dónde quisieran llegar los enemigos de la catolicidad y del mundo libre [aquí,
evidentemente, hubo un error de apreciación en los autores. Efectivamente, el “bloque
progresista” contó con el apoyo del Vaticano. Nota de la Revista Verdad].
[…] Otro
de los planes siniestros que fraguan es el de lograr que la Santa Iglesia se
contradiga a sí misma, perdiendo con ello autoridad sobre los fieles, porque
luego proclamarán que una institución que se contradice, no puede ser divina.
Con este argumento piensan dejar las iglesias desiertas y lograr que los
fieles pierdan toda su fe en el clero para que lo abandonen.
Proyectan
que la Iglesia declare que lo que durante siglos afirmó era malo, ahora afirme
que es bueno. Entre otras maniobras que preparan con dicho fin destaca por su
importancia el cambio de actitud de la Santa Iglesia con respecto a los judíos
réprobos, como llamó San Agustín tanto a los que crucificaron a Cristo como a
sus descendientes, enemigos capitales del cristianismo.
La
unánime doctrina de los grandes Padres de la Iglesia, ese “unanimis
consensus Patrum” que la Iglesia considera como fuente de fe, condenó a los
judíos infieles y declaró buena y necesaria la lucha contra ellos;
lucha en la que poniendo el ejemplo participaron destacadamente, como lo
demostraremos con pruebas irrefutables, San Ambrosio Obispo de Milán, San
Jerónimo, San Agustín Obispo de Hipona, San Juan Crisóstomo, San Atanasio, San
Gregorio de Nazianzo, San Basilio, San Cirilo de Alejandría, San Isidoro de
Sevilla, San Bernardo y hasta Tertuliano y Orígenes; estos dos últimos en su
época de indiscutible ortodoxia.
Además,
durante diecinueve siglos la Iglesia luchó enérgicamente contra los judíos,
como lo demostraremos también con documentos fidedignos como las bulas de los
Papas, actas de concilios ecuménicos y provinciales como el famosísimo IV de
Letrán y muchos otros, doctrinas de Santo Tomás de Aquino, de Duns Scott y
de los más importantes doctores de la Iglesia, y también con fuentes judías de
incontrovertible autenticidad, como las enciclopedias oficiales del judaísmo,
las obras de ilustres rabinos y las de los más famosos historiadores judíos.
Pues
bien, los conspiradores judíos, masones y comunistas pretenden en el próximo
Concilio, aprovechando, según dicen ellos, el desconocimiento de la mayoría del
clero sobre la verdadera historia de la Iglesia, dar un golpe de sorpresa
pugnando que el santo Concilio ecuménico que está por reunirse condene el
antisemitismo y condene toda lucha contra los judíos, que, como lo
demostraremos también en esta obra con pruebas incontrovertibles, son los
dirigentes de la masonería y del comunismo internacional. Pretenden que se
declare que los judíos réprobos, considerados como malos por la Iglesia durante
diecinueve siglos, sean declarados buenos y queridísimos de Dios,
contradiciendo con ello el “unanimis consensus Patrum” que estableció
precisamente lo contrario, así como lo afirmado por diversas bulas papales y
cánones de concilios ecuménicos y provinciales.
Como
los judíos y sus cómplices dentro del clero católico consideran antisemitismo toda
la lucha contra las maldades de los judíos y sus conspiraciones contra Cristo
Nuestro Señor y la Cristiandad, han declarado, según lo demostraremos también
en este libro, que las fuentes del antisemitismo han sido: el mismo Cristo, los
Evangelios y la Iglesia Católica, que durante casi dos mil años lucharon en
forma perseverante en contra de los judíos que repudiaron a su Mesías.
Lo
que tratan pues, con la condenación del antisemitismo –que a veces llaman
racismo antisemita- es que S.S. el Papa y el sacro Concilio que está por
reunirse, al condenar el antisemitismo se siente el precedente catastrófico
de que la Iglesia se contradiga a sí misma y condene además, sin darse cuenta y
en forma tácita, al mismo Cristo Nuestro Señor, a los Santos Evangelios, a los
Padres de la Iglesia y a la mayoría de los Papas, entre ellos a Gregorio
VII (Hildebrando), a Inocencio II, a Inocencio III, a San Pío V y a León XIII,
que como lo demostraremos en esta obra lucharon encarnizadamente contra los
judíos y la Sinagoga de Satanás.
Al
mismo tiempo, con tales condenaciones lograrían sentar en el banquillo de
los acusados a muchísimos concilios de la Santa Iglesia, entre ellos, los
ecuménicos de Nicea y II, III y IV de Letrán, cuyos cánones estudiaremos en
este libro y que tanto lucharon contra los hebreos. En una palabra, los
siniestros conspiradores traman que la Santa Iglesia, al condenar el
antisemitismo se condene a sí misma, con los resultados desastrosos que es
fácil comprender.
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