viernes, 2 de mayo de 2025

IN MEMORIAM - JORGE MARIO BERGOGLIO (1936/2025)

Hay quienes, en el preciso momento en que las cosas ocurren, ven más hondo y más lejos. Quienes además, no bastando con verlas, las denuncian públicamente.

Por supuesto que semejantes hombres reciben el descrédito del mundo. Incluso de aquellos que supuestamente son afines.

Un caso es el de Alejandro Sosa Laprida. Quien en exacto y viril castellano, en el artículo que sigue, define a Bergoglio como “uno de los mayores herejes de la historia del cristianismo, uno de los más encarnizados enemigos de Dios y de la Iglesia, uno de los hombres más impíos de los que se tenga memoria, uno de los más locuaces blasfemadores que hayan existido desde que Nuestro Señor fundara su Iglesia hace dos milenios.” Y, teniendo en cuenta ello, de resultas concluye: “desearía aprovechar esta ocasión para declarar pública y solemnemente, teniendo plena conciencia de la extrema gravedad que revisten mis palabras, que Jorge Mario Bergoglio, el actual ocupante del trono petrino, se halla poseído por espíritus maléficos que le inspiran todas estas abominables blasfemias contra Dios, contra Nuestra Señora y contra la Santa Iglesia.”

Algunos, ante esto, se escandalizarán y rasgarán sus vestiduras, como el sumo sacerdote del sanedrín al oír, de boca de Cristo, que Él era el Hijo de Dios.

Nosotros felicitamos a Alejandro, quien “se niega a si mismo” (Mateo 16,24) y proclama la Verdad; recordando que “muchos primeros serán postreros, y (muchos) postreros, primeros” (Mateo, 19, 30).

BRUNO ACOSTA


Francisco junto a una estatua de Lutero en el Vaticano


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https://drive.google.com/file/d/1ScXhvA6YWARai0gwvFbh5svavA_EI3nv/view

Por ALEJANDRO SOSA LAPRIDA

Jorge Mario Bergoglio, alias “Papa Francisco”, ha muerto. Lo primero que hice al enterarme de su deceso fue orar por él. Pedir al Señor que le conceda la gracia del arrepentimiento de sus pecados, su sincera conversión y la salvación de su alma. La caridad obliga, obviamente. Por otra parte, rezar por estas intenciones ha sido una constante en mi vida durante estos últimos doce años. Aclaro esto para disipar suspicacias inadecuadas acerca de la naturaleza de mi actitud crítica hacia él, que he mantenido invariable durante su prolongado pontificado. Cristo nos ha enseñado a amar a nuestros enemigos, y yo siempre intento llevar a la práctica sus enseñanzas, con éxito variable, naturalmente; pero, en este caso, doy fe de que lo he hecho sin solución de continuidad, gracia de Dios mediante.

Dicho esto, corresponde decir ciertas cosas que pocos expresan -al menos, en Argentina y en el mundo hispánico-, y de las que la inmensa mayoría de los feligreses no se da por enterado. Aclaro que no busco escandalizar a nadie, y desde ya pido disculpas por anticipado si pudiera herir la sensibilidad de algún lector. He aquí, muy brevemente, una caracterización franca y directa del personaje.

Bergoglio ha sido uno de los mayores herejes de la historia del cristianismo, unos de los más encarnizados enemigos de Dios y de la Iglesia, uno de los hombres más impíos de los que se tenga memoria, unos de los más locuaces blasfemadores que hayan existido desde que Nuestro Señor fundara su Iglesia hace dos milenios. Consignar por escrito sus innumerables fechorías, sus incontables maldades y sus recurrentes acciones escandalosas llevaría un tiempo inimaginable y el fruto de dicha encuesta contaría con dimensiones enciclopédicas, amén de que su lectura sería larguísima, tediosa y por demás mortificante. Yo mismo he confeccionado varios catálogos de sus dichos y hechos durante su interminable e insufrible “pontificado” -que están lejos de ser exhaustivos-, a los que doy enlace en nota a pie de página, para los desprevenidos que  pudieran desear investigar el asunto.[1]

Para resumir, digamos que Bergoglio encarna la quintaesencia del liberalismo, del modernismo, del ecumenismo, del naturalismo, del laicismo y del indiferentismo religioso condenados por la Iglesia desde la “Revolución Francesa” hasta el CVII. En esto no se distingue en absoluto de sus predecesores conciliares -a no ser por un mayor énfasis y claridad en su postura en ciertos tópicos-, pero añade, en cambio, como especificidad propia, su apoyo a las más repulsivas y decadentes iniciativas morales de la post modernidad: feminismo, homosexualismo, transexualismo, aborto, etc.

Por supuesto, no siempre lo ha hecho desde una toma de posición explícita a través de declaraciones oficiales -algunas de las cuales, en ocasiones, retoman escuetamente la doctrina de la Iglesia al respecto-, pero sí de manera frecuente mediante dichos informales en reportajes o en cartas, vínculos humanos chocantes, palabras ambiguas en homilías o audiencias, omisiones incomprensibles, gestos significativos, fotografías altamente simbólicas, nombramientos sintomáticos, sanciones arbitrarias, indulgencias escandalosas, silencios estruendosos en momentos clave -por ejemplo, con motivo de la sanción de la ley del aborto en Argentina y del “matrimonio igualitario” en Italia-, etc.

A lo largo de estos últimos doce años hemos presenciado el accionar metódico de un maestro consumado en el arte de implementar la propaganda ideológica, hemos tenido que codearnos con un agitador experto en la manera de generar confusión doctrinal, moral y espiritual, hemos asistido durante más de una década a una lección magistral e inédita -en vivo y en directo-, acerca de cómo obrar maquiavélicamente, con un cinismo a toda prueba y sin escrúpulos de ningún tipo -en una demostración de habilidad mediática apabullante, rayana en la perfección-, por parte de quien ha sido, desde el momento mismo de su elección, un maestro del engaño, un estafador espiritual, un eminente discípulo del padre de la mentira.

A modo de testimonio, y para ilustrar lo que digo, brindo a continuación el texto de un artículo viejo de ocho años, en el que expongo algunas de las incontables afrentas sacrílegas y blasfematorias perpetradas por Bergoglio contra Nuestro Señor, la Santísima Virgen María y la Iglesia durante su ominoso pontificado.

[1] 1. “Ceguera espiritual y negación de la realidad”: https://gloria.tv/post/71b7ppgmGGvm3kTJHjWGmCVYF - 2. “Apostasía vaticana”: https://gloria.tv/post/7ynAG7ZfxBvK1MBD4MqN3aMxn - 3. “Doce años con Francisco”: https://gloria.tv/post/ieoTehkBJwGs2ZzAN2EoqDkRJ - 4. “Misterio de iniquidad”: https://gloria.tv/post/22LiQpWbFdAaCuCR7XXdRReph - 5. “El falso profeta del Vaticano”: https://gloria.tv/post/Ndcp7fLSFSaC39yMJzduDLyVt - 6. “La apostasía en la Iglesia”: https://gloria.tv/post/Y1EvK2hAbLye2MtbUMTjzM3jX - 7. “Diez años con Francisco”: https://gloria.tv/post/UEqqVjZCCVLQ6g89ps67irXSM


Las blasfemias de Bergoglio contra María Santísima y Jesucristo

15/08/2016


Los más astutos enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado Papa León XIII [1]

Si hay un rasgo distintivo en el pontificado de Francisco, una marca de fábrica que lo caracterice adecuadamente, un común denominador que dé coherencia a sus palabras y a sus gestos, un telón de fondo siempre presente en todo lo que dice y hace, se trata, sin lugar a dudas, de la blasfemia. En efecto, Francisco las profiere con la misma naturalidad con la que respira, eructa sus improperios contra todo lo sagrado con una habilidad prodigiosa, una delectación diabólica y una impudicia prodigiosa. Van a continuación algunas piezas escogidas de las incesantes y multiformes expectoraciones bergoglianas:

«Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe un Dios católico, existe Dios[2]

Esta única frase, lanzada seis meses después de su elección, y que fuera objeto de una cobertura mediática planetaria, debería haber bastado para suscitar una condena inapelable del prodigioso insultador argentino. Ahora bien, condena no la hubo, ni nada que pudiera asemejársele. No hubo ni tan siquiera un tibio pedido de rectificación o, cuando menos, de aclaración semántica. Al fin y al cabo, era la primera vez en la historia de la Iglesia que un papa negaba la existencia del Dios católico: convengamos que no nos encontramos ante una aseveración anodina…

Esta cruel ausencia de reacción prueba fehacientemente el estado de descomposición espiritual, intelectual y moral de los católicos, es un indicio cierto de la indiferencia pasmosa en la que se halla sumido el mundo católico con respecto a la fe, y esto ante una frase explosiva como pocas y cuya comprensión no presenta la menor dificultad. Y si a alguien le pareciese que dicha sentencia sería susceptible de recibir una interpretación benigna y ortodoxa, en conformidad con el magisterio, y no fuese capaz de percibir en ella una colosal impiedad, el odio a Dios y a su Iglesia manifestados en un grado paroxístico, con toda la malicia del demonio expresándose por la boca de este hombre insensato, me vería en la rigurosa obligación de decirle que se encuentra en un problema muy serio, y que más le valdría sacudirse la somnolencia espiritual profunda que padece antes de que fuera demasiado tarde.

Prosigamos. Según Francisco, Jesús tuvo que pedir perdón a sus padres a causa de su «travesura» en el Templo de Jerusalén. Y sus padres, naturalmente, le significaron su desaprobación. Manifiestamente, Francisco tiene el sentido de la oportunidad, ya que tuvo la delicadeza de hacer este «cumplido» a Jesús, María y José con motivo de la homilía de la fiesta de la Sagrada Familia, el 27 de diciembre de 2015, en la basílica de San Pedro. Sepan disculpar la extensión de la cita, pero es necesaria para poder captar plenamente la gravedad que revisten las palabras del formidable blasfemador argentino:

«Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su aventura[3], probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. Estos momentos, que con el Señor se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo y de demostrar amor y obediencia, también forman parte de la peregrinación de la familia[4]

Es ésta una versión distorsionada de la Pérdida y el Hallazgo del Niño Jesús en el Templo. Bien sabemos que la respuesta de Nuestro Señor a la Virgen y a San José fue muy distinta y que, lejos de serle necesario pedir disculpas, recordó su deber de «ocuparse de las cosas de Su Padre». Sabemos igualmente que la Virgen «guardaba estas cosas en su corazón». Esta ocurrencia bergogliana, sin precedentes en los anales cristianos, de pretender presentar a Jesús como si hubiese sido un niño «travieso», es de una impiedad tal que hiela la sangre…

El 15 de agosto de 2013 Francisco visitó la comunidad de Clarisas contemplativas del monasterio de Albano. Allí explicó a las religiosas, en un tono pretendidamente humorístico, que María se había rebelado contra San Pedro, le había desobedecido y, a hurtadillas, durante el transcurso de la noche, sin nadie que pudiera verla, había conseguido que todo el mundo se salvara:

«Radio Vaticana[5] conversó con dos de las religiosas [clarisas, del monasterio de Albano] que estuvieron en el encuentro de casi 45 minutos con el Santo Padre. La Madre Vicaria, Sor María Concetta, dijo que el Papa “estaba tranquilo, distendido como si no tuviera nada que hacer o como si no pensara en alguna cosa. Nos ha hablado -de un modo que nos tocó mucho- de María, en esta Solemnidad de la Asunción, porque la mujer consagrada es un poco como María. Nos ha contado una bella historia que nos ha hecho reír a todos, incluso a él mismo: María está en el Paraíso; San Pedro no siempre abre la puerta cuando llegan los pecadores y por eso María sufre un poco, pero se queda quieta. Y en la noche, cuando se cierran las puertas del Paraíso, cuando nadie ve u oye nada, María abre la puerta del Paraíso y hace entrar a todos[6].”»

Visiblemente, Francisco se complace y se regocija intensamente injuriando a la Madre de Dios. Para él, Nuestra Señora se habría arrogado el carácter de una especie de «tribunal de apelación» subrepticio a las sentencias divinas. Estamos ante otra blasfemia inaudita, maliciosamente disfrazada de humor, y que hizo un daño enorme a las almas de las religiosas, como puede verse por el comentario de la Madre Vicaria.  

Además, según Bergoglio, Nuestra Señora, al pie de la Cruz, se habría sublevado contra Dios, tildándolo de mentiroso. Éstas son sus declaraciones, efectuadas el 20 de diciembre de 2013, con motivo de una homilía dada en la Casa Santa Marta:

«Ella estaba silenciosa, pero en su corazón, ¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande; me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡Me han engañado![7]» 

Francisco reiteró esta odiosa afrenta hacia la madre de Jesús en numerosas ocasiones. Veamos lo que dijo el 29 de mayo de 2015, nuevamente durante un sermón pronunciado en Santa Marta:

«Muchas veces pienso en la Virgen, cuando le dieron el cuerpo muerto de su Hijo, tan destrozado, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Qué hizo la Virgen? ¿Lleváoslo? No, lo abrazó, lo acarició. Tampoco la Virgen lo entendía. Porque, en aquel momento, se acordaría de lo que el Ángel le había dicho: Será Rey, será grande, será profeta, y dentro de sí, con aquel cuerpo -tan herido, que había sufrido tanto antes de morir- en sus brazos, por dentro seguramente tendría ganas de decir al Ángel: “¡Mentiroso! ¡Me has engañado!”[8].» 

Procuremos descifrar el mensaje que Francisco nos transmite a propósito de la Madre de Dios y Reina de los Ángeles. De acuerdo con su visión, María no comprende lo que sucede a Jesús, María no entiende el sentido de su sufrimiento, María al pie de la Cruz se rebela contra Dios en su corazón, piensa que ha sido engañada por el ángel Gabriel en la Anunciación, no consiente libre y lúcidamente el sacrificio redentor de su Hijo; por consiguiente, María no es Nuestra Señora de los Siete Dolores ni la Reina de los Mártires. María, evidentemente, no comprendió la profecía de Simeón durante la Presentación del Niño Jesús en el Templo, no sabe por qué está allí y desconoce el sentido de su misión. En definitiva, María ignora cuál es el papel que le corresponde en el plan de la salvación…

Ésta es la versión bergogliana del rol desempeñado por Nuestra Señora el Viernes Santo, en el Calvario, al pie de la Cruz, cuando se realizaba la Redención del género humano. Esta versión inaudita del papel que le correspondió a María en la Pasión de Jesús es sencillamente luciferina. Y me atrevo a decir que el hecho de no percatarse de ello constituye un signo inequívoco de ceguera espiritual.

Sin embargo, la obsesión blasfemadora de Francisco no se detuvo ahí. ¿Y por qué tendría que haberlo hecho? Puesto que nadie lo enfrenta y que visiblemente este hombre carece de todo temor de Dios. En efecto, de acuerdo con su peculiar exégesis bíblica, la Santísima Virgen María no habría sido la única que habría blasfemado contra Dios: su divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo en persona, no se habría quedado atrás. Éstos son sus dichos del 30 de septiembre de 2014 durante un sermón en Santa Marta:

«Jesús, cuando se lamenta -“Padre, ¡por qué me has abandonado!”- ¿blasfema? El misterio es éste. Tantas veces yo he escuchado a personas que están viviendo situaciones difíciles, dolorosas, que han perdido tanto o se sienten solas y abandonadas y vienen a lamentarse y hacen estas preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué? Se rebelan contra Dios. Y yo digo: “Sigue rezando así, porque también ésta es una oración”. Era una oración cuando Jesús dijo a su Padre: “¡Por qué me has abandonado!”[9]»

Así pues, de acuerdo con Francisco, Jesús y María se sublevaron contra Dios. Y en su desamparo, blasfemaron. Pero eso, no obstante, fue una verdadera plegaria de su parte,             a no dudarlo. Por lo cual Francisco estimula a la gente angustiada por el sufrimiento a seguir el ejemplo de Jesús y de María, sublevándose ellos también contra Dios, blasfemando ellos también contra Dios, contra ese ser malvado y cruel que se desentiende del sufrimiento humano, el cual es, obviamente, absolutamente gratuito e incomprensible…

Francisco nos explica así que, en el preciso momento en el cual nuestro divino Salvador realizaba la redención del género humano por el sacrificio voluntario de su vida en el altar de la Cruz, Él habría blasfemado contra su Padre, rebelándose contra su designio salvífico. Y que, al mismo tiempo, Nuestra Señora, en vez de asociarse de manera lúcida y libre al sacrificio redentor de su Hijo, también habría blasfemado contra la voluntad de Dios, estimándose engañada por la promesa que el ángel Gabriel le había hecho en la Anunciación acerca de la misión de Jesús.

El momento crucial de la historia de la salvación se vuelve así, de acuerdo con el relato inaudito que nos propone Francisco, un acto de revuelta y de blasfemia contra Dios, de modo tal que el nuevo Adán y la nueva Eva en el Calvario no se habrían conducido mejor que nuestros primeros padres, quienes actuaron bajo el influjo del demonio en el Paraíso terrenal cuando consumaron la falta original. La salvación, entonces, no se habría distinguido esencialmente de la caída, dado que la revuelta contra la voluntad divina habría constituido el común denominador y que Satanás habría estado presente en el origen de esos dos momentos decisivos de la historia de la humanidad.

Ésa es la doctrina que Francisco propone a los creyentes: luciferianismo en estado puro.                Ése es el verdadero rostro de este falso profeta que la muchedumbre de los católicos continúa considerando con una ingenuidad pasmosa como el Vicario de Nuestro Señor Jesucristo. Hay que frotarse los ojos. Lamento ser reiterativo, pero me siento en la obligación de repetirlo: el hecho de no percatarse del carácter diabólico de este individuo es un claro indicio de ceguera espiritual.

Esto podrá parecer excesivo a algunos, pero, habida cuenta de sus incesantes herejías y de sus espantosas blasfemias, me parece que no queda otro calificativo disponible. Además, ¿acaso Nuestro Señor en persona no nos advirtió, en su discurso escatológico, que el poder de engaño del que dispondrán los falsos profetas que precederán su segunda venida será tal que, de ser posible, engañarán aun a los elegidos?

Durante la Audiencia general del 11 de septiembre de 2013, Francisco dijo que María y la Iglesia «tienen defectos», pero que debemos «comprenderlos» y «taparlos», e incluso, «quererlos». Éstas son sus palabras:

«La Iglesia y la Virgen María son madres, ambas; lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen, y lo que se dice de la Virgen se puede decir también de la Iglesia. […] ¿Amamos a la Iglesia como se ama a la propia mamá, sabiendo incluso comprender sus defectos? Todas las madres tienen defectos, todos tenemos defectos, pero cuando se habla de los defectos de la mamá nosotros los tapamos, los queremos así. Y la Iglesia tiene también sus defectos: ¿la queremos así como a la mamá, le ayudamos a ser más bella, más auténtica, más parecida al Señor?[10]»

En la conferencia de prensa durante el vuelo a Manila, el 15 de enero de 2015, Francisco explicó impertérrito que, gracias al «Pentecostés» conciliar, la Iglesia finalmente consiguió desterrar su antiguo obscurantismo, ya que ahora se ha vuelto «respetuosa» de las demás religiones:

«Pero me parece que la Iglesia ha crecido mucho en la conciencia del respeto -como les dije en el Encuentro Interreligioso, en Colombo-, en los valores. Cuando leemos lo que dice el Concilio Vaticano II sobre los valores en las otras religiones -el respeto-, ha crecido mucho la Iglesia en esto. Y sí, ha habido tiempos oscuros en la historia de la Iglesia, tenemos que decirlo, sin vergüenza[11]

El 10 de octubre de 2014 Francisco se dirigió a miembros de la Comunión de Iglesias Evangélicas Episcopales que habían venido a verlo al Vaticano. Hay que destacar que Bergoglio no tuvo mejor idea que comenzar su discurso ante los evangélicos, seguramente para distender el ambiente y congraciarse con ellos, haciendo una broma de pésimo gusto, difamatoria y terriblemente ultrajante hacia la Iglesia y que deja entrever el formidable desprecio que el inquilino de Santa Marta abriga hacia la Esposa Inmaculada de Jesucristo:

«Primero de todo, les felicito por el coraje. Ayer me encontré en la puerta del aula del Sínodo con un obispo luterano y le dije: “¿Usted está acá? ¡Qué coraje!”. Porque, en otra época, a los luteranos los quemaban vivos [risas][12]

Cabe resaltar que la visita de los evangélicos tenía por objetivo honrar al «obispo» episcopaliano Tony Palmer, poco antes fallecido en un accidente de tránsito, gran amigo de Francisco, y que consideraba convertirse al catolicismo pero que había sido disuadido de hacerlo por aquel que en ese entonces era el Cardenal Bergoglio, por la razón que, al decir de éste último, sería de mayor utilidad para la causa ecuménica permaneciendo en el anglicanismo. Tras el deceso de Palmer, el Cardenal Primado argentino dispuso que le fuesen concedidos funerales episcopales católicos, pese a que ni se había convertido al catolicismo ni era en modo alguno obispo, puesto que la cuestión de la validez de las consagraciones anglicanas había sido dirimida negativamente por León XIII en su encíclica Apostolicae Curae del 13 de septiembre de 1896[13].

El 9 de julio de 2015 Francisco renovó sus insultos en dirección a la Iglesia con ocasión de su discurso en Bolivia a los Movimientos Populares, caterva de organizaciones izquierdistas y anticlericales de la peor calaña. He aquí sus declaraciones:

«Y aquí quiero detenerme en un tema importante. Porque alguno podrá decir, con derecho, que, cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia. Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el Celam, el Consejo Episcopal Latinoamericano, y también quiero decirlo. Al igual que san Juan Pablo II, pido que la Iglesia “se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos”. Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América[14]

Se habrá reparado en el hecho que, además de la blasfemia intolerable lanzada contra la Iglesia y de la mentira notoria acerca de los «muchos y graves pecados» que Ella habría cometido en perjuicio de los indígenas «en nombre de Dios», Francisco se erige en portavoz de los adversarios de la Iglesia, apropiándose la leyenda negra anticatólica y antiespañola, fabricada enteramente por los enemigos jurados del catolicismo y de la España católica, a saber, los protestantes, los «filósofos» y la masonería…

El último ejemplo de blasfemia que he escogido es el de la negación del milagro de la multiplicación de los panes. Conviene señalar que se trata de un lugar común del «magisterio» bergogliano, sostenido en múltiples ocasiones desde el día de su elección. Comparto con ustedes tres, el primero de ellos con motivo de un discurso pronunciado ante el Comité Ejecutivo de Caritas Internationalis el 16 de mayo de 2013:

«Respecto a los panes y los peces quisiera agregar un matiz: no se multiplicaron, no, no es verdad. Simplemente los panes no se acabaron. Como no se acabó la harina y el aceite de la viuda. No se acabaron. Cuando uno dice multiplicar puede confundirse y creer que hace magia, no. No, no, simplemente es tal la grandeza de Dios y del amor que puso en nuestros corazones, que si queremos, lo que tenemos no se acaba. Mucha confianza en esto[15]

Ésta es la segunda cita, tomada del Angelus del 2 de junio de 2013:

«Luego toma los panes y los peces, eleva los ojos al cielo, pronuncia la bendición -es clara la referencia a la Eucaristía-, los parte y comienza a darlos a los discípulos, y los discípulos los distribuyen... los panes y los peces no se acaban, ¡no se acaban! He aquí el milagro: más que una multiplicación es un compartir, animado por la fe y la oración. Comieron todos y sobró: es el signo de Jesús, pan de Dios para la humanidad[16].» 

Finalmente, he aquí la tercera, extraída de su homilía en Santa Cruz de la Sierra del 15 de julio de 2015:

«Es una invitación que resuena con fuerza para nosotros hoy: “No es necesario excluir a nadie. No es necesario que nadie se vaya, basta de descartes, denles ustedes de comer”. Jesús nos lo sigue diciendo en esta plaza. Sí, basta de descartes, denles ustedes de comer. La mirada de Jesús no acepta una lógica, una mirada que siempre “corta el hilo” por el más débil, por el más necesitado. Tomando “la posta” Él mismo nos da el ejemplo, nos muestra el camino. Una actitud en tres palabras, toma un poco de pan y unos peces, los bendice, los parte y entrega para que los discípulos lo compartan con los demás. Y éste es el camino del milagro. Ciertamente no es magia o idolatría. Jesús, por medio de estas tres acciones, logra transformar una lógica del descarte en una lógica de comunión, en una lógica de comunidad[17].» 

Francisco niega así explícitamente el carácter milagroso de la multiplicación de los panes, que él llama blasfematoriamente «magia», y niega también, de manera implícita, la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, dando a entender que creer en ella sería una manifestación de «idolatría», lisa y llanamente…

Para terminar, me gustaría compartir con ustedes un pasaje tomado de un sermón en Santa Marta del 15 de junio de 2013, esto es, apenas tres meses después de su elección:

«Y cuando vamos a confesarnos, por ejemplo, no es que decimos el pecado y Dios nos perdona. No, ¡no es esto! Nosotros encontramos a Jesucristo y le decimos: “Esto es tuyo y yo te hago pecado otra vez. Y a Él le gusta eso, porque ha sido su misión: hacerse pecado por nosotros, para liberarnos. […] ¡Cristo se ha hecho pecado por mí! ¡Y mis pecados están allá, en su Cuerpo, en su Alma! Esto es de locos, pero es bello, ¡es la verdad![18]»

¿Qué puede decirse de semejante insania? A ningún cristiano piadoso se le ocurriría decir algo así refiriéndose a Nuestro Señor. Eso es evidente. No, decididamente, palabras de este tenor no pueden provenir más que de un espíritu infernal vomitando su odio definitivo e irrevocable hacia nuestro adorable Redentor. En razón de las espeluznantes blasfemias proferidas sin solución de continuidad por Francisco, me veo compelido a concluir que este individuo presenta un severo estado de posesión diabólica. En efecto, me parece que ninguna otra explicación da cuenta del fenómeno extraordinario que consiste en ultrajar sin cesar todas las realidades sagradas durante cuatro años consecutivos, con la circunstancia particularmente agravante de hacerlo en tanto que supuesto Vicario de Nuestro Señor Jesucristo…

Soy de la opinión de que ya es sobradamente tiempo de alzar la voz y de atreverse a llamar las cosas por su nombre. Si me lo permiten, desearía aprovechar esta ocasión para declarar pública y solemnemente, teniendo plena conciencia de la extrema gravedad que revisten mis palabras, que Jorge Mario Bergoglio, el actual ocupante del trono petrino, se halla poseído por espíritus maléficos que le inspiran todas estas abominables blasfemias contra Dios, contra Nuestra Señora y contra la Santa Iglesia.

En el libro del Apocalipsis, el apóstol San Juan evoca una bestia que tenía «dos cuernos semejantes a los de un cordero, mas hablaba como un dragón», a la que llama también    «falso profeta», cuya misión será la de hacer que el poder espiritual desvirtuado se ponga al servicio del Anticristo, a los efectos de legitimarlo a los ojos del mundo. Estas palabras proféticas del vidente de Patmos, ¿podrán aplicarse literalmente al actual ocupante del trono petrino? Debo confesar que lo ignoro. Pero también debo reconocer que contemplo esta eventualidad cada vez más seriamente…


PARA MÁS INFORMACIÓN:

 

“Diez años con Francisco”

https://gloria.tv/post/UEqqVjZCCVLQ6g89ps67irXSM

 “Apostasía vaticana”

https://gloria.tv/post/7ynAG7ZfxBvK1MBD4MqN3aMxn

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[2] Entrevista con Eugenio Scalfari el 24 de septiembre de 2013, publicado el 1 de octubre en La Repubblica.

[3] Francisco empleó el término italiano scappatella, cuyo significado es desliz, travesura. La definición del diccionario italiano es la siguiente: «Lieve trasgressione ai doveri morali e di fedeltà, soprattutto a quelli coniugali», es decir, que la noción de transgresión moral y de ruptura de la confianza es inherente al sentido de este vocablo: http://dizionari.corriere.it/dizionario_italiano/S/scappatella.shtml 

También conlleva la idea de falta de reflexión y de ligereza: «Trasgressione temporanea e non grave di principi comunemente accettati; azione compiuta con leggerezza e sventatezza: scappatelle da ragazzi»: http://dizionario.internazionale.it/parola/scappatella.

Huelga decir que aplicar tales nociones al comportamiento de Nuestro Señor es algo completamente inaceptable y escandaloso. Y que quien lo haga sea nada menos que el supuesto Vicario de Jesucristo en la tierra y Sucesor de San Pedro, es algo sencillamente inconcebible y manifiestamente diabólico…

3 comentarios:

  1. Estimado Bruno: Le agradezco mucho la publicación, así como sus amables y reconfortantes palabras introductorias. Un cordial saludo en Cristo y María.

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  2. Amigo Bruno: Realmente te felicito por tan brillante trabajo y como siempre digo: Siempre con la verdad aunque duela. Sigue adelante y nunca calles haciendo silencio cómplice porque a la hora de cantar verdades el silencio no es nuestro idioma. ¡Abrazo y bendiciones!

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    1. Roberto: Muchas gracias por tus generosos y afectuosos conceptos. Este trabajo, en concreto, no es mío, sino de Alejandro Sosa Laprida -salvo las palabras introductorias-. Un fuerte abrazo.

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