No viene mal repasar crónicas pasadas, y sacar a luz
la VERDAD HISTÓRICA de nuestro pasado reciente. Ocurrió el 7 de noviembre de
1971. Hace aniversario por estas horas.
EL CRIMEN DE CASTILLOS
La víctima
Osvaldo Roberto Amonte Barrios tenía solamente once años. La bala que penetró en su
frente y segó injustamente su pequeña vida fue accionada por aquellos que
decían, durante la campaña electoral de 1971, defender su futuro: el Frente
Amplio.
Tanto la defendieron que no vacilaron en matarlo de un tiro en la frente. Porque esa es la expresión típica de la cobardía y la peligrosidad marxista- tupamara.
El niño, ajeno a
todos los dramáticos acontecimientos de 1971, que signaron la gira del
frentismo-tupamaro, observaba parte de los tumultos que desencadenó la
presencia de la caravana del General Seregni.
Estaba junto a sus
hermanitos, Juan Jacinto y Carlos Manuel, en el interior de su vivienda de
Castillos, ubicada en el 19 de abril 1103. Tras la ventana por donde observaba
la intolerancia y violencia desatada por los guardaespaldas del General
Seregni, se escudaba la muerte.
Y esa muerte llegó
en el tiro que partió del arma de Manual Martínez Bandera. La inconsciencia y
la criminalidad manifiesta de estos grupos de choque del Partido Comunista –que
protegían a Seregni- selló la suerte del pequeño de once años.
Ajenos también al
drama que llegaba a su epicentro a la caída de la tarde de aquel fatídico 7 de
noviembre, estaban los padres de la infortunada criatura. Su madre, Gladys
Barrios de Amonte, atendía los quehaceres de la casa. Su padre, Roberto Amonte,
observaba la caravana y los primeros incidentes desde el frente de la humilde
vivienda. Cuando sonaron los primeros disparos, el padre del niño asesinado
corrió hacia el interior de la casa para prevenir a su familia y quitar a los
niños de la ventana. Pero su carrera fue una carrera infructuosa.
El asesino
Manuel
Martínez Bandera es el nombre
del asesino del niño de Castillos y por ello quedará en los anales de la
dolorosa y reciente historia del Uruguay en lucha por sus libertades. Bandera
era uno de los “matones” integrantes de las fuerzas de choque del Partido
Comunista que custodiaba las espaldas de los cobardes políticos que instigaron
intelectualmente desórdenes y el enrarecido clima preelectoral de 1971.
El repudio que
despertó la presencia de la dirigencia frente-comunista en Castillos el 7 de
noviembre de 1971 degeneró en un tumulto alrededor de la caravana del Frente
Amplio. Allí, en medio de la confusión, el asesino de las huestes de choque de
Seregni disparó un revólver calibre 38, para dar muerte al niño.
Manuel Martínez
Bandera será un símbolo de ahora en adelante. Símbolo de la opresión, de la
tortura y de la ejecución tan comunes en los países donde el comunismo
tiraniza.
Detenido tras la
denuncia, hace ocho semanas, de un integrante de las filas de los conspiradores
tupamaros- comunistas, el guardaespaldas intentó evadir su responsabilidad. Por
fin, confesó que había efectuado disparos al aire, como si esto minimizara su
crimen.
Ahora, se continúa
analizando la eventual participación del criminal en las filas de los
tupamaros. Si esto se probara, quedará a la luz nuevamente la organización
apátrida que vincula a los grupos comunistas con los grupos frentistas y los
grupos tupamaros, convirtiendo en un solo haz de destrucción y muerte a esas
corrientes político-conspiradoras.
La mentira
Ocurrido el crimen,
la vertiginosa velocidad de los aparatos propagandísticos
tupamaro-frentista-comunista salió al paso de la verdad.
Y esta verdad no
pudo resplandecer de inmediato en una Nación atemorizada aún por la guerra que
estaba en plena marcha.
Así, ante el
estupor de la población de Castillos, se echó a andar la gran mentira. Las
fariseos de la prensa comunista, los escribas a sueldo de los corruptos y
conspiradores, acusaron de inmediato a un joven de la Juventud Uruguaya de Pie.
Enseguida levantaron la cortina de humo para ocultar su tremendo asesinato. Los
diarios comunista-tupamaros afirmaron que un integrante de la JUP había
efectuado el disparo. Construyeron todo un aparato de calumnias, mentiras,
falsedades, rumores y dudas que nunca confundió al pueblo uruguayo, pero que
retrasó, en parte, la acción de la Justicia Civil. Por meses, el pueblo oriental
reclamó una acción vertical. Hasta que la Justicia Militar, representada por el
Coronel Doctor Federico Silva Ledesma, tomó cartas en el asunto, partiendo de
la acusación concreta e ilevantable de un conspirador que estaba detenido y a
las órdenes de la misma Justicia Militar.
De allí en más, los
acontecimientos se precipitaron. Hace ocho semanas se detuvo al asesino. Manuel
Martínez Bandera no pudo sostener mucho tiempo la mentira que formaba parte del
plan frentista.
Y, a medida que
caían las mentiras, quedaban en claro mentiras peores. Las que dijeron los
grandes responsables.
Tanto el General
Liber Seregni como el Secretario General del Partido Comunista, Rodney
Arismendi, habían responsabilizado a inocentes del crimen. De esa forma,
hablaron de la “rosca” y de “grupos fascistas” [como lo siguen haciendo], en el
típico lenguaje marxista-tupamaro.
La Justicia Militar
hizo jugar –entre tantos elementos probatorios del crimen comunista de
Castillos- un objeto definitorio para las investigaciones que fue recogido tres
horas después del asesinato del niño Amonte Barrios: el arma homicida. Se
trataba del revólver calibre 38 que accionó el asesino aquella tarde de 1971.
Ramón Sosa, un
tallerista de Castillos de 41 años, encontró, búsqueda mediante, el revólver
Smith & Wesson, que el infame
criminal arrojó después de su asesinato. Sosa afirmó a la prensa que poco
después del tiroteo fatal vio detenerse frente a su garaje de Castillos un
automóvil que acompañaba la caravana del General Seregni. De ese automóvil,
bajaron cuatro hombres con armas en la mano. No los reconoció en el momento,
pero ahora estima (los hechos lo ratifican) que eran los guardaespaldas de
Seregni.
Presume también que fue en esos momentos cuando Manuel Martínez Bandera se desprendió del revolver con que mató al niño.
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