Por pedido de algunos impresentables, reitero esta
breve conseja para los jóvenes; la que fuera escrita para contrariar un
desagradable manualillo de buenas costumbres que fuera publicado en el nunca
bien ponderado blog “The Wanderer”.
Vayan estos tiernos
consejos para los jóvenes que pueden estar medio desorientados sobre las normas
de comportamiento en sociedad y en el culto, y que surgen de la reflexión sobre
el “ser un Caballero”.
No hace falta hacer de esto una compleja etimología, pues cualquiera sabe lo que es un caballo, y ser un caballero se trata de comportarse adecuadamente en el guiar y convivir entre caballos, que no se debe confundir con caballerosidad, que a ésta la inventaron los ingleses y que se trata de cómo hacerse de los bienes ajenos lleno de buenos modales y que los despojados, encima, te estén agradecidos y eleven una torre en tu honor.
No es válida la
experiencia con mulas, que esto da un mulero, lo que es demasiado brutal, muy a
pesar que Doña Bernarda Alba entendía que era mucho mejor escuela para la
juventud - para el matrimonio ni lo dudo – por aquello que sabe todo aquel que
las ha criado. Dicen los domadores de mulas que mientras tú duermes, ella – al
igual que las esposas- está pensando cómo hacerte hocicar al otro día. Queda
esto como suficiente analogía que asegura mi “esprit de finesse”.
La cuestión es,
queridos muchachos, que como primera medida, un caballero nunca es “elegante”,
que no sólo es ello una mariconada sino un compromiso y una carga insoportable.
Sólo se puede ser “elegante” si se es “genial”, y esto lo perdona todo (al igual que con ser
muy sucio, que sólo podía resistirlo Chesterton o el Che Guevara). Pero así
como uno es, más vale que te chinguen las prendas y que no todo pegue con todo.
Por otra parte ser elegante obliga a ser mujeriego y eficaz peleador, a fin de
disipar todas las dudas sobre tu virilidad y cobrar todas las ofensas que
recibirás. El ejemplo es Aramís, que se pellizcaba las mejillas y las orejas
para lucir ruborizado, pero luego se ensartaba un par de guardias de Richelieu
y hacía algo parecido con la mujer de algún Barón. Hasta allí me atrevo, pues
terminó Monseñor, y eso le valió a su padre calámico el ser puesto en el Index,
que hasta allí no llegaremos con los consejos. Athos era más equilibrado; pero
en materia de besos pienso como D’Artagnan, que uno no ha besado de verdad
hasta hacerlo con una bella boca engrasada por un sabroso estofado de gallina.
El aspecto exterior
de un caballero es necesario que se muestre un tanto desaliñado, con cierto
desparpajo, y que dé siempre la sensación de que está a punto de cometer una
tropelía. Debe causar “inquietud” tanto en los hombres como en las mujeres,
pero por muy diferente razón. Y dejar esa impresión de que está por subirse a
un caballo y necesita espacio. Es cierto que los soldados uno se los imagina
firmes y derechitos, pero esto es un estereotipo de verlos sólo cuando hacen
parada, lo ideal es con la cadera quebrada – como si te jodiera el sable que se
carga a la izquierda - y un aire de que
estás sobrado. Escupir es sólo recomendable cuando estás seguro de que
levantarás una tabla del entarimado cuando lo hagas. Es casi imprescindible
tener pelos en la cara, bigote o barba, o ambos, pero siempre que no parezcan
estar muy cuidados, sino, más vale afeitado (puaj). Este aditamento belloso
debe contener sino restos, por lo menos el perfume de las últimas comidas y
denotar que los has sopado en el vino tinto.
Por supuesto que un
caballero es cristiano y que tiene que ir a Misa, pero siempre debe parecerle a
la gente que está fuera de su “ambiente”. Que hay algo que allí no encaja. Y
sobre todo al arrodillarse, jamás debe ser rodilla taquito; me explico, un
caballero nunca se arrodilla, salvo ante Dios, pero allí se debe notar la falta
de costumbre. El acto de sumisión de un caballero tiene valor cuando se nota
que le cuesta. Y de estar sentado, que sea como en la silla de montar, ocupando
dos lugares, que vale el empujar el banco de adelante para estirar las piernas,
que con las rodillas juntas es de la peor costumbre. Si vas a confesarte, debes
dar esa sensación por la que las mujeres de la fila se alejan unos cuatro pasos,
y nunca se haga antes que la cantidad de veces que hayas pecado no demuestre la
necesaria vitalidad. Como aquel caballero que confesando contra el sexto,
cuando fue preguntado de “cuántas veces”, dijo: “he venido a confesarme, no a
jactarme”.
Si vas a hablar -
poco y parco - pero que sea bien fuerte,
por sobre todos los otros como en batalla, aunque amable, como disculpándote
por la costumbre de dar voces de mando. Y si es con mujeres en la intimidad,
pues firme y dulce, como le hablas al caballo. Debes sonar normalmente como si
estuvieras enojado, y si tienes voz fina, se admite el suicidio. Puedes
demostrar refinamiento y denotar que has leído algunos libros cultos y hasta de
poesía, pero para ello debes memorizar algunas perlas chuscas como aquella “Oda
al Pedo” de Quevedo (“ruiseñor de los putos”), que debes ubicar en lugar
oportuno de la conversación (esto es fácil ahora pues es común encontrar putos
en las reuniones), y si no fuera atinente al caso la cita y surgiera el tema de
un viuda, puedes usar aquel otro: “Hay viudas que por los pies, han cabalgado
en un día, más que los moros en un mes”. Es recomendable también Marcel Aymée y
sus relatos de cuernos, o Mark Twain y su joda sobre abogados (si tienes el
desagrado que haya uno de ellos). Nunca te vayas de una reunión sin haber
ofendido a un hombre, sin que una mujer te haya brindado una sonrisa y el mozo
te sirva el doble que a los otros. De ninguna manera y en ningún caso, darse
por enterado que existe la Srta. Prim.
En el trato con las
mujeres, para no entrar en temas escabrosos sirva una anécdota de mi señor
padre, quien ya de noche y acompañando a mi madre mientras lavaba platos, le
preguntó:
.- “¿Blanca, por qué la fulana – una de las
niñas- sale con ese tipo?”
.- “¡Rubén! Es un
buen muchacho y con él no corre peligro”.
.- ………………………………….
(silencio) …………….
.- “Blanca, ¿por
qué la fulana sale con un tipo con el que no corre peligro?”
En fin, de ser
necesario evacúo consultas privadas. Y hablando de evacuar, un caballero debe
estar más cómodo para ello al sereno o en letrina, que entre mármoles y pomadas.
Pero eso sí, para ello hay que poseer dos calzones, no más, a fin de
suplantarlo quincenalmente cuando toca baño, que no hay que seguir el consejo
bíblico sobre que sólo “dos veces se lava el justo”, porque seguro no somos
justos.
Un buen manual de
urbanidad es Gargantúa y Pantagruel (¡esos eran curas docentes!), donde
encontrarán capítulos de insultos adecuados que pronunciar y hasta buenas
indicaciones de objetos con los que asearse el fondillo (en nuestros pagos,
quien no se ha limpiado con la hierba del paño, no es cuyano). Es cierto que
uno tiene la desventaja de no haber sido parido por una oreja y en vez de berrear,
gritar “¡A beber!”, pero hay que tener paradigmas grandes, o gigantescos. Eso
es magnanimidad.
Para aquellos que son citadinos y no han tenido la experiencia del caballo, no hay casi remedio. Puede suplirse un poco con una buena moto, pero es más recomendable el helicóptero y el tanque de guerra.
"... que uno de los consejos y avisos que pienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo."
ResponderBorrarGracias a los impresentables, espero no les pase como a mí que, aunque no quiera, muchas veces amanezco hocicando en cocina. Las mulas no son tan tercas.
Saludos,
BLAS
A los caballeros...
No sé de quien es, me recuerda a Don Segundo:
"Es tan prudente como lo parece
quien juntas tiene estas dos cosas:
valor del cuerpo y bondad de alma"
Hay algo que quedó asegurado, y es el “esprit de finesse”.
ResponderBorrarTanto Lisoform en el blog del caminante me estaba enfermando hasta que encontré nuevamente al gaucho cuyano.
ResponderBorrarDon Minuto Sombra