miércoles, 4 de octubre de 2023

LIBERTAD, LIBERTAD, LIBERTAD…


Por DARDO JUAN CALDERÓN

Es una libertad descorazonada y acobardada que se traduce por “confort”  para vivir y olvidarse no sólo de la muerte, sino también de vivir de verdad. Para que la pérdida de todo se haga mientras estoy en la piscina, o mientras pruebo la cocina extranjera viajando en clase turista, mientras me solazo aspirando el ambiente dulzón de los pedos del diablo.

Generaciones de argentinos han sido educados cantando un himno que gritaba tres veces ¡libertad! y esto les dio la idea de que hasta 1810 habían sido esclavos. Por lo que, rotas las cadenas de la esclavitud,  había que conservar la gloria de ser libres y cumplir el deber de conservar  esos laureles ¡que supimos conseguir!

El hecho es que más allá de ciertos círculos masones que prolijamente escamotearon  la historia previa a la “gloriosa” fecha, nunca nadie supo de quién corno habíamos sido esclavos antes de Mayo de 1810, pues en esa historia anterior habíamos estado sólo nosotros con nosotros. Sin embargo, a partir de esa fecha,  sí que se comenzaba a sentir el peso de una deriva hacia la esclavitud. El “amo” se iba  haciendo cada vez más palpable y oneroso, y la necesidad de hacer una guerra de liberación, no muy claramente direccionada, se hacía cada vez más necesaria.

De esa paradójica manera, nuestro himno, que naciera de un falso discurso ideológico, se va haciendo cada vez más acertado toda vez que, al son de sus estrofas, vamos cayendo en la situación de la que creíamos haber escapado. Salvo algunas excepcionales reacciones espirituales y vitales hechas en la sangre y el sacrificio, desde 1810 hemos ido forjando cuidadosamente los hierros que nos encadenan y echando los laureles conseguidos a la olla del guiso.

La primera y general reacción que tuvo esa ilusión liberadora de las propias raíces fue la dolencia del mostrenco, del huérfano, que habiendo sido liberado de los suyos y de sí mismo, se encontraba completamente desorientado, teniendo en sus manos algo que lo superaba y en busca de algún dominio que lo devolviera a su pusilánime existencia de comerciante; al despacho de la tienda, al cultivo de las ideas que salen de los libros contables: con orden pero con sisa.  Sin embargo,  más rápido que el sentido común del burgués, camina en los tiempos funestos,la astucia del administrador del resentimiento, que urgente sacia su apetito con  la magia que el caos produce en la distribución de los bienes ajenos.

Ya con la viril reacción ante el caos jacobino y el derrotismo del burgués conservador, tuvimos después de tres siglos de paz interna, nuestra guerra civil y religiosa, enormemente cruel, pacificada “por fin” por la traición y el dulce dominio del Imperio Masón, coronada con una primorosa Constitución liberal gracias al asesinato de los mejores y al gobierno de la coima.

Al transcurso histórico le fue siguiendo el avance de la dependencia, no ya de las autoridades naturales, sino del enemigo de la fe y de la raza. Y  con más fuerza se hacía necesario cantar el himno a la libertad, que ahora se justificaba porque cada vez éramos más esclavos. Pero así mismo, esa libertad que se buscaba era cada vez más conformista y desvalorizada. Una libertad que por reducción de la vitalidad se trataba sólo de un bienestar económico. Como resultado de cada ímpetu liberador, los grillos se ajustaban más a las muñecas del pueblo a cambio de la recepción de un mísero confort  para algunos,  hasta llegar a nuestros días,  en que el tufo y el ruido de fondo de Galera nos ha hecho verdaderamente merecedores de un himno de esclavos. No de esclavos arrancados de su patria en la barriga de los buques, sino  ya la patria toda convertida en la barriga de un  buque esclavista que se hunde, y de la que sólo se pretende como mejor destino el subir a dónde todavía no llega el agua.

Por supuesto que cada vez que la libertad se va perdiendo, que los buenos han sido descartados y con ellos se ha perdido la idea de la libertad del espíritu, lo único que va quedando en las pobres mentes es aquella reacción de los tenderos. Un cálculo de cuánto puede durar el hundimiento, de cuanto puedo durar yo en la parte no inundada, y de si me puedo rajar del buque.

La libertad que tres veces se grita en el himno nacional ya ni siquiera es el horrible reclamo de la sangre del “tirano” que inspirara el ideológico discurso del revolucionario. Tampoco se trata de que por ella estamos dispuestos a dar la vida con un coraje de odio jacobino o montonero; ni siquiera es la libertad jolibudiense de los falaces derechos humanos. Es la libertad de comercio con aprovechamiento de los imbéciles; del bienestar del consumo. La libertad que se consigue con la mayor declinación de la vitalidad de la que se tenga memoria en toda la historia de las decadencias de las civilizaciones, la que se consigue desembarazándose del compatriota, del hermano, de los hijos y de los padres, pero evitando la satánica frontalidad del asesinato para cultivar la comodidad del desinterés. Es la libertad de los solterones y de los onanistas la que se sueña y se busca.

Es una libertad descorazonada y acobardada que se traduce por “confort”  para vivir y olvidarse no sólo de la muerte, sino también de vivir de verdad. Para que la pérdida de todo se haga mientras estoy en la piscina, o mientras pruebo la cocina extranjera viajando en clase turista, mientras me solazo aspirando el ambiente dulzón de los pedos del diablo. “Oid mortales el grito sagrado: ¡Bienestar, bienestar, bienestar!”

Es la libertad de todas las cadenas del amor, del honor y de la amistad. Donde se consiguen los gloriosos laureles de la tan ansiada estabilidad económica. Soljenitsyne la llamaba “La declinación del coraje” de occidente, y agregaba “¿Hace falta recordarnos que la declinación del coraje ha sido siempre considerada como el Heraldo del Fin?”.  El Padre Castellani decía que los dos pecados de los últimos tiempos serían la mentira y la cobardía. Pero no nos engañemos,  siempre que hablamos de mentira pensamos en las usinas de la publicidad y la achacamos al gran mentiroso (generalmente más vital y corajudo), sin reparar en la triste y vil colaboración del engañado, que recibe encantado la mentira que mana de aquellos como mana la pasta artificial de los fast foud,  la que chupamos con placer aún sabidos de su enfermiza conformación.

Lo terrible de la mentira es esa enorme capacidad consoladora que tiene, a sabiendas de ser mentira,  para con las almas entregadas al temor de pasarla mal. Sabemos que estar engañados, además, nos abre enormes caminos de justificación. Decía Henrí de Montherlant: “Si la razón permite muchas cosas, el oscurecimiento de la razón las permite también”.

Este conveniente oscurecimiento de la razón es lo que hace tan agradable la enorme mentira del bienestar. No nos puede ni nos debe ser quitado: ¡muerte a los agoreros y principistas! ¡a los que nos recuerdan que hay que huir de quien pregona la libertad! De profundis, desde el filo del abismo que marca la “línea de pobreza”, cantemos el himno para que todas las usinas comerciales y electorales nos prometan sin fatiga y para todos los gustos, un mundo en el que estar regularmente apoltronados.

¡Es maravilloso el tiempo en que gozamos del fraudulento crédito! Ya este es el gran grito de libertad del himno y no debe ser opacado por anuncios pesimistas fundados en que el bienestar económico es el último deseo que se le concede al condenado. Es cierto y sabemos que el bienestar es enemigo de las empresas heroicas, pero también sabemos que no hay más empresas heroicas, ni tiene por qué haberlas. Eso de que tanto el espíritu como la vida necesitan de la Sangre y de la Muerte ya nos resulta un tanto sádico. El ruso citado, sin duda se equivocaba al decir “Aún la biología sabe esto: no es bueno para un ser vivo el haberse habituado a un gran bienestar. Es en la vida de la sociedad occidental que hoy el bienestar ha comenzado a mostrar  su máscara funesta”.

Es por ello que,  a pesar de toda la historia acumulada de traición y caos que llevan los libertarios, sus tres emotivos gritos siguen teniendo la enorme convocatoria que tiene la desfachatada mentira para los que han renunciado al coraje. 

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