Para mi sorpresa y felicidad, me llega un mensaje procedente de la
Argentina: un seguidor de mi revista y de mi actividad en general. Dice
coincidir en mi reiterado diagnóstico sobre la decadencia moral y cultural que
padecemos; conoce al Uruguay y acredita que en los últimos años la delicuescencia
ha sido vertiginosa.
Temo que no sean muchos los que logren ver que la oscuridad nos está acorralando. La masa, en general, sigue el curso de su vida acríticamente. Además, para columbrar el grado de oscuridad que sufrimos, hay que conocer la lumbre. En otras palabras, para comprobar (y denunciar) la decadencia, la barbarie, la incultura, hay que conocer la CULTURA. Y la masa -y el uruguayo en particular- no la conoce.
Nuestro tiempo se asemeja a la Baja Edad Media, entre la caída del Imperio
Romano y el siglo XI. Aquélla época, denominada comúnmente la “Época Oscura”,
fue de brutalidad y superstición. El mundo occidental se volvió una nube de
tinieblas, y la única luz que pervivió, tenaz y heroicamente, fue la de la
Iglesia Católica. Ésta, gracias a una paciente labor cultural y educativa,
logró que Occidente se salvara y gozase del renacer de la Alta Edad Media.
Si hubiese sido por los bárbaros de la “Época Oscura”, los libros y las
bibliotecas estarían quemados; todo se hubiese perdido. La labor de los monjes
copistas, verbigracia, logró que el legado cultural greco- romano- católico
fuese salvado.
Hoy, la situación es similar. Los bárbaros de la actualidad son los
revolucionarios liberales y marxistas quienes, al desarraigar al hombre en
todos los planos, crean -gradual o abruptamente- nuevos seres humanos
primitivos. Individuos presos de sus pasiones, de sus instintos, de sus
pecados: de la lujuria y de la violencia. Y la lujuria y la violencia -la
destemplanza, en definitiva- son lo opuesto a lo requerido para la alta
cultura. Esa lujuria y violencia que corroe a mi Uruguay -son cotidianas las
noticias protagonizadas por travestidos, homosexuales, homicidas o violadores-
son vicios primitivos, instintivos, animales, irracionales, cuando la cultura
precisa lo contrario: refinamiento, reflexión, humanidad, racionalidad. Y, para
ello, es necesario encauzar al hombre en la Ley de Dios y en la Ley Natural,
pues sometido a su arbitrio -como quieren los revolucionarios- sólo halla su
perdición.
Convirtámonos en nuevos monjes; salvemos nuestro legado y nuestra cultura.
BRUNO ACOSTA
Posdata: Al tiempo que escribo estas líneas, leo en un libro de José María Pemán, fino autor español, en el que retrata su viaje por Hispanoamérica, lo siguiente: “los argentinos son los hombres mejor educados del mundo”. Esto fue escrito en 1941: ¿qué le ocurrió a la Argentina en estos ochenta y tres años?
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