viernes, 20 de agosto de 2021

HÁBLAME DE TÚ

Por Rogelio Reyes, de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Publicado el 10 de octubre de 2010 en el periódico ABC de Sevilla.

Un querido colega universitario ya jubilado, persona de gran prestigio intelectual y finísimo sentido del humor, me contaba un día lo que le sucedió en su despacho de la Facultad cuando recibió la visita de un alumno que con mucho desenfado comenzó directamente a hablarle de tú. Él, muy versado en estas lides escolares, queriendo hacer ver al muchacho, sin herirlo, la inconveniencia de semejante trato, le contestaba una y otra vez con el usted a fin de que aquél se percatara de la ironía y rectificase en su proceder. Es el expediente al que solemos recurrir los profesores cuando nos encontramos en el mismo trance, cosa que en estos tiempos ocurre con no poca frecuencia. Pero su sorpresa fue mayúscula al ver que el alumno no daba la mínima señal de haber captado el mensaje. Todo lo contrario. Ante la insistencia de mi colega en el uso del usted y sin perder un ápice de su desenvoltura, le atajó confianzudo: «No te preocupes. Háblame de tú».

La anécdota vale por mil artículos sobre el tema y revela hasta qué punto se está diluyendo en la conciencia de los jóvenes españoles de hoy el uso de los pronombres de cortesía, que de seguir así terminarán siendo una reliquia del pasado como el antiguo vos de nuestro Siglo de Oro. Es cierto que la lengua cambia al compás de las costumbres, y no al revés, pero también que la desaparición del usted, último bastión verbal de la expresión del respeto, nos hace a todos más gregarios. Ya lo avisó Quevedo : «con que en quitándote el Don, vienes a quedar Juan Pérez». La cortesía es una suerte de almohadillado que hace posible la convivencia civilizada y evita roces en el trato. Forma parte de eso que llamamos las «formas», ritos sociales sin los cuales el mundo sería una auténtica jungla. Todos, hasta los que presumen de subversivos y de «antisistema», son fieles a su propio ritual de gestos, atuendos y palabras que se empeñan muy mucho en exhibir para dejar constancia pública de una forma de ser diferenciada. Y no ha habido en el curso de la historia ningún movimiento social de importancia que en su pretensión de desmarcarse de lo establecido no haya adoptado su particular código de señales lingüísticas, un modo como cualquier otro de reafirmarse en su pretendida identidad.

El usted, última derivación del histórico vuestra merced, ha cumplido también durante siglos esa misma función identitaria marcando diferencias jerárquicas no sólo en el terreno del poder, la cultura o la riqueza sino en el de la edad, la superioridad profesional o el prestigio moral del individuo. De usted trataban los oficiales y aprendices al «maestro» en los antiguos gremios, símbolo de un respeto reverencial a quien sabía más que ellos; y también muchos hijos a sus padres, cosa que hoy nos puede parecer con toda razón bastante desmesurado. En pocos años, sin embargo, nos hemos ido al extremo contrario, a una uniformidad en el trato que falsea las naturales diferencias entre las personas Las formas, contra lo que muchos piensan, no son meros envoltorios de los contenidos sino su más cabal simbolización. De ahí que en lo que a tratamientos se refiere, la demagogia política haya intentado a veces desacreditarlas. Hablarse de tú entre ellos era en tiempos todavía no muy lejanos una exigencia de la retórica de los «camaradas» de Falange y del comunismo, por mucha diferencia de rango que existiese entre ambos interlocutores. En los dos casos se forzaba la jerarquía natural de la vida que la gente, siempre realista, seguía respetando fuera del ámbito de la política. Hoy el asunto es de más hondo calado : el tuteo ha dejado de ser una excepción retórica más o menos episódica para instalarse poco a poco en la conciencia colectiva como expresión de un pretendido igualitarismo de signo antiliberal que tiende a diluir en el anonimato los rasgos distintivos del individuo.

El fenómeno no es el resultado de una imposición desde el poder —como en el caso de la cansina y enojosa distinción o/a de los documentos oficiales— sino del prestigio social adquirido ante la opinión pública por quienes desde la tribuna política o los medios de comunicación vienen propugnando desde hace años el uso recurrente del tú como un excipiente más del mal gusto que triunfa en la sociedad española de hoy, desde el desaliño en el vestir o la zafiedad en el gesto a la degradación del lenguaje. En ese contexto el usted está perdiendo terreno a marchas forzadas y son ya muchos los que lo evitan, sin mala intención, como una expresión rancia y excluyente. Basta acercarse, con honrosas excepciones, a la ventanilla de un banco, a la mesa de una oficina, ser abordado en la calle por alguien que te pregunta por una dirección o ingresar en un centro hospitalario. El tuteo campa por sus respetos a velocidad de vértigo. No importan ya ni la edad ni el perfil social ni la actitud del interlocutor. Tratar de usted les parece a muchos, sobre todo a los más jóvenes, una forma de distanciamiento emocional e incluso un signo de humillación, tal vez porque nadie les ha enseñado, ni en la familia ni en la escuela, que la cortesía y el respeto no están reñidos con el afecto y la confianza , y que el decoro verbal no nos exime de ser solidarios con los demás. Es decir, más civilizados.

2 comentarios:

  1. Muy bueno el artículo. Creo que es también una forma de pérdida de la noción de autoridad. Me parece que va de la mano.
    Por otra parte, antes a los mayores les gustaba ser tratados así, y era algo esperado. Ahora al "Ud." se lo identifica con "vejez", de modo que intentan hacerlo no deseable tampoco.
    Algo tendría de constructivo, y de respetuoso, que de varios modos se lo cercenó. ¡Gracias!

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    1. Estimada Victoria R: Muchas gracias a Ud. por su atenta lectura y por su valioso comentario. Suscribimos lo que dice, y sobre todo queremos referirnos a lo primero: efectivamente, el no uso del usted tiene como una de sus causas la pérdida de la noción de autoridad y de las JERARQUÍAS (ya sean padres, maestros, profesores, etc.), jerarquías que la democracia detesta en su afán de igualar y de homogeneizarlo todo. Cordial saludo.

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