Leemos en el libro de los Proverbios (X,17) que “acatar la corrección conduce a la vida”. Si esto se refiriera a lo “políticamente correcto” -ideología impuesta en este momento por el pensamiento dominante- resultaría inconcebible como “camino a la vida”: feminismo, públicos arrepentimientos de la propia cultura, promoción de la homosexualidad (expresada con la “seriedad” de la sigla “LGBTQIA+”), dictadura bajo pretexto sanitario (pase sanitario), unión libre, contraconcepción, PMA (asistencia médica a la procreación), inmigracionismo, ecologismo radical, libertinaje en los vestidos, antiespecismo (igualdad jurídica y “moral” con la especie animal), ideología de género, escolaridad mixta, decolonialismo, y otras muchas locuras que, aunque aparecen como distintas y novedosas, no son más que las consecuencias previstas de la lejana Ilustración triunfante desde la Revolución de 1789. Aquella falsa concepción del hombre pensado sin pecado original, la del buen salvaje –y para peor asociado a una idea política que niega los derechos de Jesucristo sobre la Ciudad- nos han llevado al colapso, al anticristianismo que nos rodea. De estas semillas de muerte no sale más que caos: la evidente pérdida temporal de las naciones, pero aunque menos evidente y peor, la pérdida eterna de las almas.
Uno de los primeros ejes para encontrar la verdadera “corrección”
que conduce al “camino de la vida”, sería la de revivir la virilidad en los
hombres, líderes naturales en el orden de la Ciudad y la familia. Y no están
exentas de esta obligación las mujeres que por su influencia cobran una
importancia capital, porque son precisamente SUS hombres los que están siendo extinguidos
de una manera metódica.
Ante la presión social les quedan a los varones tres
caminos: el primero consiste en “irse a la cama”, dejarse adormecer, abdicar de
su libertad, su honor y su virtud, para llevar una pequeña vida tranquila, sin
luchas, disfrutando de las innumerables voluptuosidades mundanas con las que el
mundo sabe atontará a sus víctimas. Para estos el “camino de la vida” ha sido fallido:
nada hay que esperar de ellos.
El segundo, más astuto, cuenta con mezclar los planos.
Sin renunciar fundamentalmente a su fe y a su patria, prefiere no hacer olas
aunque tenga que tragarse un sapo. La paz bien vale un poco de acomodamiento,
“¡en estos días hay que saber tirar un poco de lastre!”. Se puede caer en esta
trampa por debilidad o fatiga, falta de esperanza en Dios y combatividad, o sobreestimación
de los adversarios concebidos como invencibles. Santa Juana de Arco reanimó –durante
la guerra de los cien años– el celo de los hombres del partido del legítimo rey
Carlos VII que habían sido tentados por esta bajeza.
En fin, la última opción es la del hombre viril, aquel
que guarda la “corrección de la disciplina”. Disciplina de la fe que es la
Tradición Integral, disciplina de la patria que es el combate por la Ciudad
Católica (oportunidades no faltan). La continuidad de la herencia de nuestros
ancestros, comenzando por el rechazo a la Revolución en todas sus formas. En
fin, disciplina de la familia asumiendo con estima, inteligencia y humildad los
deberes de la autoridad patriarcal y marital. Este es el verdadero camino de la
vida, y las madres tienen una gran responsabilidad
en este plano: comenzando por ¡casarse con verdaderos hombres! y no con
seductores inestables; no entregarse a la tendencia de la “mamá gallina” que
cría hijos timoratos; asumir con amor y vigilancia su papel de reina del hogar
invitando a la pureza; y sobre todo que guarden respeto y admiración por la autoridad
del marido a fin de que éste se vea valorado y cobre coraje en su función,
resistiendo a la tentación de dimitir de su puesto. ¡La masculinidad es un
fenómeno muy raro para que uno lo eche a perder cuando se ha dado!
Está claro que en el camino de la Iglesia Conciliar (esa
parte de la Iglesia Católica que está enferma del Concilio Vaticano II) uno no
puede hacer otra cosa que contar con esta desvirilización, contar con el
alineamiento en las secuelas de la Revolución. Las mujeres frecuentemente –en
toda la sociedad- ocupan el lugar que
corresponde a los hombres y ¡hasta el de los clérigos!
Se rechaza instintivamente esa autoridad viril que
tiende a afirmar “netamente” la verdad y condenar el error, y entonces el
corazón viene a dominar la razón, el sentimiento subjetivo a ocultar lo real.
Se pierde la visión de lo alto, la visión de conjunto, para pasar a ver nada
más que los detalles superficiales y dejarse subyugar por ellos. ¡Nunca jamás
la guerra! No se quiere jamás el combate, éste es un horror masculino. En
consecuencia el mal se expande y, faltando “hombres”, es normal que falten
vocaciones sacerdotales. Más que enderezar el rumbo del alma se prefiere parlotear
en conciliábulos inútiles y dejarse llevar por sones de una pobreza intelectual
que aflige, tanto que desnaturalizan nuestras iglesias.
El malvado será quien rechace esta postura “políticamente correcta” ¡actitud tan contraria a la de Cristo y los Apóstoles! y que parece que nos hace infieles a la misión de la Iglesia. Y si no, veamos la prueba: los cien sacerdotes alemanes que se atrevieron a bendecir ante la faz del mundo, a plena luz, las infames uniones homosexuales el pasado mes de mayo, no tienen sanción hasta la fecha; pero para la tradición: el aislamiento de los apestosos, los anatemas. La llamada Iglesia Conciliar quiere dormir tranquilamente en “plena comunión”, pero ésta no incluye los veinte siglos que la preceden. Ya sin reparos, mantengamos la correcta disciplina: único y verdadero “pase sanitario”.
El feminismo es castrador. Casi tanto como el Opus. No sé si tanto.
ResponderBorrarEl amaneramiento del hombre procede de la abdicación a la vocación de conocer la verdad, y consecuentemente, de la posibilidad de configurar su vida a élla y enseñarla (lex credendi, ley orandi). Dice Proverbios: “¿Acaso puede el hombre esconder Fuego en su pecho sin que se prendan sus vestidos?”. Pero si no hay fuego que esconder, ¿qué calor se puede transmitir a el hombre a la pobre mujer? Como una casa sin chimenea. Y esto es válido para el sacerdocio respecto de las almas de sus fieles; y para el padre de familia respecto de su mujer. La falta de espíritu de caballería es un problema de fe. Las dos espadas envainadas.
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