En el diario “El Observador” del sábado 11 nos topamos con una columna interesante: “¿Qué es ser liberal”?, por Alberto Benegas Lynch (H), doctor en Economía (UCA) y en Ciencias de Dirección (UADE).
En éste, el académico argentino, de modo sintético, define al liberalismo –o mejor: lo analiza- desde diversos puntos de vista: filosófico, económico, político. Nos llamó la atención, por la liviandad argumentativa de sus asertos, el primer punto, y es el que sucintamente criticaremos a continuación.
Benegas Lynch define al liberalismo como “el respeto irrestricto por los proyectos de vida de los otros” y, acto seguido, aclara que “esto no quiere decir que se adhiera al proyecto de vida del vecino, más aún, a uno puede eventualmente resultarle repulsivo”. Sigue más adelante: “a veces se recurre a la expresión tolerancia […] aquí se presentan problemas […] aquél término aparece como que el que tolera posee la verdad y perdona al que procede de manera distinta”. E insiste: “no es que con esto se esté patrocinando el relativismo moral, muy por el contrario, la verdad consiste en la correspondencia entre el juicio y el objeto juzgado. Las cosas son independientemente de lo que se opina que son […]”
Hasta aquí Lynch. Sus conceptos respecto de la filosofía liberal nos merecen, al menos, dos observaciones:
1) Benegas Lynch parece caer en una burda contradicción. En efecto: no puede definir el liberalismo como “el respeto irrestricto por los proyectos de vida del otro” y, en seguida, decir que ello no implica adherirlos. Ni puede defender la clásica definición de la verdad y criticar, concomitantemente, la de tolerancia, que presupone la verdad y el error.
2) Benegas Lynch, con su argumentación, paladinamente descubre el rostro más vil del liberalismo: el individualismo rabioso, el egolatrismo, la negación de la Caridad en su verdadera definición, su subversión o trastrocamiento. Para Lynch, el vecino puede estar muriéndose de avaricia, o de lujuria, o de gula, y él, con tal de respetar su “proyecto de vida”, lo dejará fenecer. Sofisma grave, que desliga a la Caridad de la Verdad, agotándose en un mero “no hacer”, con independencia del Bien y de la Virtud.
Es gracias a estos razonamientos, ora tan endebles, ora tan peligrosamente falaces como los de Lynch, que la Cristiandad se ha vuelto una “aldea global” poblada de seres atomizados, que, a fuer de respetar el “proyecto de vida” del vecino, se han olvidado hasta de su nombre.
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