El pasado sábado dio lugar en el Sodre la “prueba piloto” del discriminador y arbitrario pase sanitario. Irónicamente, nuestra sociedad, que se jacta de no discriminar, ahora discrimina groseramente entre quienes aceptan inocularse una sustancia experimental y quienes no.
Fuera del Sodre se encontraban protestando grupúsculos comandados por Gustavo Salle y el movimiento No Más Mentiras. Protestas inconducentes, anárquicas, rocambolescas, que lo único que hacen es confirmar a la gente en el relato oficial, vista la pinta de orates de los manifestantes.
En ese clima enrarecido, dio lugar un hecho tragicómico. Al salir del teatro los participantes del evento –entre ellos, Guido Manini Ríos e Isaac Alfie- los reclamantes los abordaron. Entre aquéllos, la figura pestilente del masonete Gerardo Sotelo.
Fueron y vinieron dicterios entre Sotelo y los elementos de Salle y de No Más Mentiras. Ambos intentaron llegar al culmen de la ofensa, y no encontraron mejor manera que llamarse de “fascistas”, recíprocamente.
- “¡Fascista!”, largó Sotelo.
- “¡Fascista so vo!”, contestó el cipayo de Salle.
Y así sucesivamente.
¿Con qué criterio se aplicaron el mote? ¿Habrán leído “La Doctrina del Fascismo”, de Mussolini, o alguna obra de Rocco? ¿Algo de Vilfredo Pareto, a lo menos? No suena factible...
El episodio nos recuerda un hecho del pasado. Hubo un tiempo en que “fascista” no era una “palabra talismán” -que diría Plinio Correa de Oliveira- utilizada despectivamente por liberales y por bolches; hubo un tiempo en que el Fascismo estaba en “olor de popularidad”, y le devolvía la grandeza y la religión a Italia, tras el despotismo masónico. En ese momento, Mussolini le escribía a San Pío de Pietrelcina -el Padre Pío- y culminaba su carta:
“De fascista a fascista”.
…
El episodio de este sábado se dio entre personajes cloacales, para quienes el Fascismo es insulto. Aquélla carta se dio entre hombres egregios, para quienes el Fascismo fue Camaradería, Religión, Honor.
Excelente.
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